sábado, 23 de febrero de 2013

Acerca de “Canción de hielo y fuego”

   La saga de moda. El cénit de la literatura fantástica, según muchos, que ha encontrado en G. R. R. Martin su más potente expresión y una complejidad enriquecedora muy superior a las innumerables sagas arquetípicas.

   Cierto es que la prosa es potente; el mundo, ilimitado; también la saga. Pero nada de cénit. Para hablar del álgido momento de la literatura, sea cual sea la temática, se necesita buena pluma, buena prosa. Literariedad. Y "Canción de hielo y fuego" carece de la suficiente literariedad como para hablar de auges.
   Lo que si supone una bendición para el escritor es una asombrosa capacidad para paliar esta carencia a base de bien: la potencia y la complejidad del entramado. Un dramatis personae digno de aplaudir.

   Aun así, como en cualquier escritor con talento limitado (no olvidemos: literariedad), aparecen a veces retazos de buena prosa.

   A continuación, algunos ejemplos:

«Yo, personalmente, nunca quise ver la mitad de las cosas que he visto, y nunca he visto la mitad de las cosas que quería ver». Edd el penas.

«¿Qué es el honor, comparado con el amor de una mujer?. ¿Qué es el deber, comparado con el calor de un hijo recién nacido entre los brazos, o el recuerdo de la sonrisa de un hermano? Aire y palabras. Aire y palabras. Sólo somos humanos, y los dioses nos hicieron para el amor. Es nuestra mayor gloria, y nuestra peor tragedia». Aemon Targaryen.

«¿Qué dios loco y cruel le daría ojos a un hombre y luego le diría que los tuviera siempre cerrados, que no contemplara nunca toda la belleza que hay en el mundo? Sólo un dios monstruoso, un demonio de la oscuridad». Kojja Mo.

«Di el nombre y morirá, mañana, o dentro de una luna, o dentro de un año. Uno no vuela como los pájaros, pero mueve un pie, y luego otro, y un dia uno llega, y el rey muere». Jaqen H'Ghar.

   Conversación entre Doran Martell y Obara Arena, en Dorne, acerca de la muerte del príncipe Oberyn Nymeros Martell (muerto en manos de "la montaña que cabalga", Gregor Clegane, mientras intentaba vengar a su hermana Elia y a sus dos sobrinos):

Doran Martell: Lord Tywin ha mandando cuervos y nos ha prometido la cabeza de Gregor Clegane...
Obara Arena: ¿Y quién nos prometerá la cabeza de Lord Tywin?

   Al igual que estos existen muchos otros, muchísimos, entre los cinco millares de páginas que ronda la saga, pero no son suficientes, me reitero, para hablar de ningún cénit.

   Por último una conversación entre Brienne de Tarth (B.) y el bueno de Dick Crabb (D. C.), personaje poco conocido por lo efímero de su aparición. Desde que llega hasta que se va dota a la saga de algunos fragmentos humorísticos bastante buenos, que sofocan además el tramo pesado y duro que atraviesa:

–D.C.: ¿Ser Gallaquién qué?, no había oído hablar de él en mi vida, ¿qué tenía de perfecto? 
–B.: Ser Galladon era un campeón tan valeroso que hasta la propia Doncella le entregó su corazón. Le regaló una espada encantada como prueba de su amor. Su nombre era 'Doncella Justa'. No había espada común que pudiera enfrentarse a ella; no había escudo que resistiera su beso. Ser Galladon portó a 'Doncella Justa' con orgullo, pero solo la desenvainó tres veces. No quiso usarla contra ningun mortal; era tan poderosa que, con ella, cualquier combate sería injusto. 
–D.C.: ¿El Caballero Perfecto? Más bien sería el Imbécil Perfecto. ¿De qué vale tener una espada mágica si no se usa? 
–B.: Honor. Lo que vale es el honor. 
–D.C.: Ser Clarence Crabb se habría limpiado el culo con vuestro Caballero Perfecto, mi señora. ¿Queréis saber qué opino? Que si sus caminos se hubieran cruzado, habría otra cabeza ensangrentada en el estante de Los Susurros. «Tendría que haber usado la espada mágica –les diría a las otras cabezas–. Joder, ¿por qué no usaría la espada mágica?».

   Agradecimientos al foro http://dracarys.creatuforo.com.

RGV. 

martes, 19 de febrero de 2013

Texto: “Cautivos de A' Alhad”

Autoría

  Gimiendo, despojados de toda luz, de alimento y de cualquier vestigio de aquello que alguna vez fueron. Así mantenían a los cautivos de A’ Alhad. Ninguno recordaba ya su rostro, habían perdido el habla y el raciocinio; balbuceaban, gemían, algunos lloraban. Ni tan siquiera sabían qué era el pelo enredado que palpaban en sus caras famélicas al intentar arrancarse la piel. Quienes dejaban de sollozar durante la noche, servían de nutriente para los demás al día. Se arrastraban entre sus tinieblas como anfibios invidentes, y cuando los dedos largos encontraban miembros muertos, se abrían bocas desdentadas que recibían la carne pútrida, y las mandíbulas crujían, se desencajaban, se quebraban en los cuerpos más mellados, en un intento instintivo de masticar.
  Quedaban menos de diez cuando una rendija de luz inundó la caverna, dañando los ojos enturbiados y generando un alud de lamentos. Tras semanas, meses, o eones de oscuridad, ante aquellos seres otrora caballeros se desplegó un horrendo espectáculo, que, por suerte, sus mentes emponzoñadas ya no sabían interpretar: si el suelo de la caverna había sido alguna vez de roca, la muerte lo había teñido de vísceras y cuerpos verduzcos repletos de gusanos que se retorcían y caían sobre miembros más descompuestos aún.
RGV.

Malaz: el libro de los caídos (II)

   He aquí, tras tres fragmentos incluidos al inicio del segundo tomo de la saga ("Los jardines de la luna", en la edición española), las primeras palabras de la saga como tal: el inicio del prólogo.

"Las manchas de herrumbre parecían trazar continentes de sangre en la superficie oscura de la veleta de Mock. Con un siglo a sus espaldas, coronaba la punta de una vieja pica clavada en la cara exterior de la muralla de la fortaleza. Monstruosa, deforme, había sido forjada hasta adoptar la forma de un demonio alado de maliciosa sonrisa que dejaba al descubierto la dentadura, y toda ella se movía de un lado a otro a merced de un viento cuyos embates protestaba a cada racha."

   Prosa muy densa, de lenta lectura que permite paladear cada palabra de lo que, a priori, me parece una saga de literariedad muy superior a "Canción de hielo y fuego".

RGV.

lunes, 18 de febrero de 2013

Malaz: el libro de los caídos

   La literatura fantástica renació a finales de los noventa, con algunas obras que ofrecían mundos más complejos, que habían olvidado los prototipos e, incluso, que dejaban en el papel pinceladas de buena prosa.
   Actualmente, la más influyente es la ya famosa "Canción de hielo y fuego". Pero, al menos en mi opinión, no es la mejor.

   Les presento "Malaz: el libro de los caídos":

Enfriadas estas cenizas, abrimos un antiguo libro.
Sus páginas, manchadas de óxido, narran las historias de los Caídos,
del imperio en guerra, de palabras yermas. Repunta el fuego,
su fulgor y las chispas de la vida no son sino recuerdos
vistos por ojos entornados. ¿Qué no suscitan en mi mente?
¿Qué no dibujan mis pensamientos tras abrir el Libro de Gestas,
tras respirar el hondo aroma de la historia?
Presta pues atención a estas palabras llevadas en aquel aliento.
Estas historias son las nuestras, lo fueron entonces y ahora.
Pues somos historia revivida, y no hay más. Historia sin final, y no hay más.

Soñé una moneda de rostro cambiante.
Tal cantidad de caras jóvenes, tantos sueños costosos...
Y giraba, campanilleaba alrededor del dorado borde de un cáliz,
depósito de alhajas.

Cerrada era la noche,
cuando vagabundeaba
mi espíritu, descalzo
tanto a piedra como a tierra,
desmarañado de árbol,
separado de la uña férrea,
pero como la noche misma,
cosa etérea,
despojada de luz.
Así llegué ante ellos,
los constructores que cortan y esculpen
la piedra en la noche,
visión de estrellas y mano magullada.
«¿Qué hay del sol?» pregunté a uno de ellos.
«¿No es su manto de revelación
el calor de la razón
en vuestro empeño por dotar de forma?»
Y respondió uno:
«No hay alma capaz de soportar los huesos luminosos del sol.
Y la razón mengua al anochecer, por eso en la noche damos forma a los túmulos, para ti y para los de tu especie». «Disculpa la interrupción», le dije.
«Los muertos nunca interrumpen», respondió el constructor. «Apenas llegan».

 
  Evalúen ustedes mismos.

RGV.