sábado, 23 de marzo de 2013

Malaz: fragmento escalofriante y posible error

    La saga de “Malaz: el libro de los caídos” ya ha sido varias veces mencionada antes. En varios sitios  web comentan que el primero es el libro de menor nivel (de los diez que la componen), en concreto que sus cien primeras páginas son tan densas y tortuosas que se hace difícil esquivarlas y continuar con la saga. ¡Incluso Steven Erikson, el propio autor, lo confiesa!

   Aquí sus palabras:
«Mejor, creo, ofrecer a los lectores una decisión rápida sobre esta serie, justo ahí, en el primer tercio de la primera novela, que jugar con ellos durante cinco o seis libros antes de que abandonen asqueados, aburridos o lo que sea.» 
      Este párrafo corresponde al prólogo editado que se incluyó en la última edición de la primera novela. Y es que Steven Erikson lleva razón: “los personajes actúan como en el episodio 200 de una serie de televisión, sin una mísera voz en off que nos ayude a ubicarnos [...]” (parafraseo de El rincón de Koreander; desde aquí se recomienda su visita). Así es: tras leer el prólogo, el primer capítulo se presenta repentinamente ante los ojos del lector como un muro, y uno llega a preguntarse si realmente habrá cogido el primer tomo. Es el susodicho lector el que, en un ejercicio de reflexión, debe encajar las piezas.

   Pero dejemos ya de desviarnos, que ante tan buenos temas es prácticamente inevitable...
  Se barruntó, ante las primeras palabras de la saga, que esta sería un edén de buena prosa. Sin duda, acertada apuesta: buena, muy buena prosa. De lentísimo paladeo. La primera centena de páginas es de una genialidad inusitada, y se hacen tanto de querer que uno desea pasarlas de nuevo y volver hacia la primera.
   Por ello, pueden negarse de sobra las palabras del propio autor (otra corriente de sitios web muestra tendencia hacia esta postura). Sí, es cierto, no es una columna de deporte ni la biografía de un futbolista, pero si uno asume que la lectura será dura antes de empezarla... puede llegar a disfrutarse más de lo que puedan imaginar.
   Para ejemplificarlo, he aquí un pequeño fragmento, contenido en el principio del segundo capítulo. No contiene revelaciones de la trama, mas, aun así, se ha ocultado el fragmento para los más extremistas lectores apasionados:



  Los cuervos volaban en círculos por entre el pálido humo. Sus graznidos se alzaban en agudo coro sobre los gritos de los heridos y los soldados moribundos. El hedor a carne quemada flotaba en el aire, inmóvil en la calima.
 Velajada se hallaba a solas en lo alto de la tercera colina que dominaba la caída ciudad de Pale. Desperdigados alrededor de la hechicera, los restos fundidos y grotescos de la armadura quemada, las grebas, los petos, los yelmos y las armas, todo amontonado en diversas pilas. Apenas hacía una hora, los hombres y las mujeres que habían vestido esas armaduras y empuñado esas armas se hallaban ahí mismo, pero de ellos no quedaba ni rastro. El silencio que desprendían las carcasas vacías retumbaba como una endecha en la mente de Velajada.
  Cruzaba los brazos, prietos con fuerza a la altura del pecho. La capa color grana con el emblema plateado que designaba su mando del cuadro de magos del Segundo Ejército colgaba ahora sobre sus hombros, manchada y chamuscada. Su rostro ovalado, llenito, que por lo general solía mostrar una expresión de humor angelical, estaba surcado de hondas arrugas que sumían sus mejillas en una pálida flaccidez.
  A pesar de los olores y sonidos que envolvían a Velajada, descubrió que tan sólo tenía oídos para escuchar el profundo silencio. En cierto modo, provenía de las armaduras vacías que la rodeaban, una ausencia que en sí misma constituía una acusación. Sin embargo, había otra fuente de silencio. La hechicería desencadenada en el lugar aquella jornada había bastado para deshilachar el tejido que media entre los mundos. Fuera lo que fuese que morara más allá, en los Dominios del Caos, se hacía sentir literalmente al alcance de la mano.
  Creyó haber quedado vacía de emociones, empleadas todas en el terror por el que acaba de pasar, pero cuando observó las prietas filas de una legión negra de Moranth marchar a la ciudad, sus ojos destilaron un gélido odio.
  Aliados. Se cobran su hora de sangre. Transcurrida la hora, habría veinte mil supervivientes menos entre los ciudadanos de Pale. La larga y sangrienta historia entre los pueblos vecinos estaba a punto de ver equilibrada la balanza, todo ello por medio de la espada. Por Shedunul, ¿acaso no ha habido ya suficiente?
  En la ciudad se había declarado una docena de incendios. Finalmente había concluido el asedio, después de tres largos años. Sin embargo, Velajada sabía que aquello no era el final. Algo permanecía oculto, aguardando en el silencio. Ella también esperaría. Se lo debía a los caídos de aquella jornada; después de todo, les había fallado en todo lo demás.
  Abajo, en la llanura, los cadáveres pertenecientes a los soldados de Malaz se extendían por el terreno como una arrugada alfombra de difuntos. Las extremidades asomaban aquí y allá, sirviendo de apoyo a los cuervos que se enseñoreaban sobre ellas. Los soldados que habían sobrevivido a la carnicería vagabundeaban aturdidos entre los cuerpos, buscando a los camaradas caídos. A pesar de la congoja que sentía, Velajada los siguió con la mirada.
  —Ya vienen —anunció una voz, situada tres varas a su izquierda. Se volvió lentamente. El mago Mechones yacía repantigado sobre los restos de la armadura, y en la calva de su cráneo afeitado se reflejaba el cielo deslucido. Una ola de hechicería lo había deshecho de cintura para abajo. Sus entrañas rosáceas, salpicadas de barro, colgaban de la caja torácica, cogidas por fluidos resecos. Fruto de la hechicería, la débil penumbra que lo envolvía hacía patente su esfuerzo por mantenerse con vida.
  —Te creía muerto —masculló Velajada.
  —Es mi día de suerte. 
  —Pues no lo parece.
  Al gruñir, Mechones escupió un esputo de sangre densa, proveniente de su corazón.
  —Vienen —insistió—. ¿Los has visto?
 Ella devolvió su atención a la ladera, entrecerrando los ojos claros. Se acercaban cuatro soldados.
  —¿Quiénes?
  El mago no respondió.
 Velajada se volvió de nuevo hacia él y topó con su mirada, anclada en ella con la fijeza del moribundo que se encuentra en sus últimos instantes de vida.
  —Creí que habías recibido un impacto en las tripas. En fin, supongo que es un modo como otro cualquiera de que se lo lleven a uno de aquí.
  Su respuesta la sorprendió.
  —No te sienta nada bien esa pretendida dureza, Velajada. Siempre ha sido así. —Arrugó el entrecejo y pestañeó rápidamente, enfrentado a la oscuridad, o eso supuso ella—. Existe el riesgo de saber demasiado. Alégrate de que no te alcanzara a ti. —Sonrió, mostrando sus dientes manchados de sangre—. Piensa en cosas bonitas. La carne se marchita.
  Ella también le observó con atención, preguntándose a qué venía aquella repentina muestra de… humanidad. Quizá al morirse desechaba sus juegos habituales, las pretensiones de quien sigue con vida. Quizá sucedía sencillamente que no estaba preparada para ver cómo era en realidad el hombre mortal que se ocultaba en Mechones. Velajada abrió con esfuerzo los brazos que había cerrado en torno a sí misma, en el mismo instante en que un suspiro sacudía todo su ser.
  —Tienes razón. No es momento de fingir, ¿verdad? Nunca me has gustado, Mechones, pero nunca dudé de tu coraje, ni lo haré. —En parte, le asombraba comprobar que aquella herida espeluznante ni siquiera la hiciera pestañear—. Creo que ni las artes de Tayschrenn podrán salvarte, Mechones.
  La astucia relampagueó en los ojos del herido, antes de que rompiera a reír entre toses.
  —Mi querida niña —masculló—, tu inocencia nunca dejará de sorprenderme.
  —Era de esperar, una última broma a mi costa, por los viejos tiempos —replicó ella, herida al ver que había caído ante aquella inesperada muestra de ingenio por parte del moribundo.
  —Me malinterpretas…
 —¿Seguro? Dices que aún no ha terminado. El odio que sientes por la persona de nuestro mago supremo es lo bastante fuerte como para permitirte burlar las frías garras del Embozado, ¿me equivoco? ¿Ansías venganza tras la muerte?
  —Tendrías que conocerme a estas alturas. Siempre tengo preparada una puerta trasera.
  —Ni siquiera eres capaz de arrastrarte. ¿Cómo tienes pensado hacerlo?
  El mago humedeció con la lengua los labios resecos.
  —Forma parte del trato —dijo en un hilo de voz—. La puerta viene a mí. Viene mientras tú y yo estamos hablando.
  La inquietud formó un nudo en el estómago de Velajada. A su espalda, oyó el sonido metálico de la armadura y el tableteo del acero; percibía ambos como el gemido de un viento cruel. Al volverse, vio a los cuatro soldados coronar la cima. Tres hombres y una mujer, manchados de barro y de sangre, con el rostro blanco como el hueso. La atención de la hechicera se sintió atraída por la mujer, que permanecía en retaguardia como un pensamiento importuno mientras los tres hombres se le acercaban. Era una muchacha joven, bonita como un carámbano, con aspecto de tener la misma calidez al tacto. Aquí algo va mal. Cuidado.
  El hombre que marchaba en cabeza, un sargento a juzgar por el torques que lucía alrededor del brazo, se acercó a Velajada. Enmarcados en un rostro cansado y lleno de arrugas, sus oscuros ojos grises buscaron la mirada de ella desapasionadamente.
  —¿Es ésta? —preguntó, volviéndose al hombre alto y delgado, de piel negra, que le seguía.
  —No —negó con la cabeza—, el que buscamos es aquel —respondió.

   El escenario es grotesco: las cercanías de una ciudad, cientos de armaduras desparramadas por el suelo y vaciadas de cuerpos por la magia de una maga que contempla su obra con los brazos cruzados.
   La presentación del segundo personaje es maravillosamente macabra, no se la pierdan.

   Tras disfrutar de estas páginas lóbregas, es hora de comentar el fallo.
   Ha sido sombreado de amarillo para facilitar su visualización. La frase es la siguiente:
El hombre que marchaba en cabeza, un sargento a juzgar por el torques que lucía alrededor del brazo, se acercó a Velajada.
   Sabiendo qué son los torques, ¿no debería aparecer en singular? Bien es cierto que esta versión electrónica del libro, suministrada por el excelso sitio web “Epub gratis”, no aparece como versión revisada, y contiene bastantes fallos sin importancia (no hay más que atender a la constante ausencia de letra cursiva para los pensamientos del personaje, ni su entrecomillado). ¿Es este uno de ellos? ¿O es un fallo generalizado de la edición del libro?

RGV.



Edición del: lunes, 25 de marzo de 2013.

   Tras comprobar que en la edición física del libro aparece la frase tal cual, usando también torques en plural, decidí adentrarme en el término.
   Resultó que en varios lugares encontraba la definición en singular, mientras que en otros aparecía la forma en plural. Debí haber acudido desde el principio al DRAE, que pronto despejó las dudas: torques no es la forma plural, sino el sustantivo. Pero lo atribuye al género femenino, y en la frase que analizaba la entrada usaba torques como un sustantivo masculino y singular. ¿Error, a fin de cuentas?


RGV.




Edición del: sábado, 30 de marzo de 2013.

   En la tercera edición de Los jardines de la Luna, de 2011, hay varias frases arregladas o modificadas respecto a la versión anterior. Una de ellas, precisamente, es nuestra conflictiva frase. Finalmente, parece que existía el error, y lo han solucionado de esta forma:
El hombre que marchaba en cabeza, un sargento a juzgar por el brazalete que lucía alrededor del brazo, se acercó a Velajada.
   Y así, finalmente, queda solucionado el caso.


RGV.


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