martes, 28 de mayo de 2013

Gustavo Adolfo Bécquer, Rima LXXIV

Las ropas desceñidas, 
desnudas las espaldas, 
en el dintel de oro de la puerta 
dos ángeles velaban.

Me aproximé a los hierros 
que defienden la entrada, 
y de las dobles rejas en el fondo 
la vi confusa y blanca.

La vi como la imagen 
que en leve ensueño pasa, 
como rayo de luz tenue y difuso 
que entre tinieblas nada.

Me sentí de un ardiente 
deseo llena el alma; 
como atrae un abismo, aquel misterio 
hacia sí me arrastraba.

Mas ¡ay! que, de los ángeles, 
parecían decirme las miradas: 
—El umbral de esta puerta 
sólo Dios lo traspasa.

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