miércoles, 8 de enero de 2014

Jalberto Mesas, “La ciudad era pesada y amarga”

La ciudad tiene, el skyline descosido
y debajo de una gran bóveda de metal,
las orquídeas y los niños mueren asfixiados.
Una multitud ajada y gris
ríe a carcajadas sobre el blando lodo,
pisando los cadáveres de otras flores.
¡Es el amor!, que se rodea de sádicos sicarios,
del favor de la desesperanza entre estertores,
del tóxico hedor de la educada compasión.
En una enorme montaña una jauría de chimeneas
vomitan ruecas negras que tejen melodías fúnebres.
Y antes de morir veré de nuevo danzar en los tejados
las crines de cientos de caballos que aletean
con enérgico ímpetu entre relojes agotados
que llevan años sin parpadear
y que buscan con un afán antes enfermizo
la negrura que en otro tiempo se ruborizaba
echadas en un butacón empapado.
¡Y volverán a morder con obsceno desasosiego
la jugosas cerezas que poblaron nuestros dientes!.
Pero ahora, el trigo se incorpora quejumbroso
sobre un millar de cuchillos herrumbrosos
con su hoja manchada de demencia
e intenta tomar la bocanada de aire que le proporciona
la majestuosa criatura y su magnificencia una vez al año.
Y la esperanza se desploma y recita el estruendo atroz
de una flor que cae abatida, apuñalada de impotencia
mientras la serpiente repta a su lado, impertérrita,
con su lengua bífida rebosante de orgullo y de veneno,
sin percibir el sabor del agua putrefacta que la está consumiendo.
Y los crepúsculos ahora esculpen tallos con ráfagas de barro rubí.

Autores hodiernos

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