viernes, 24 de enero de 2014

Reseña: “El señor de las moscas”



  Tuve la oportunidad de leer El señor de las moscas cuando debería haberlo hecho, en secundaria, y la dejé pasar. Una primera lectura en aquel momento habría ayudado después a entender si los propósitos de la novela se cumplen.
  En cualquier caso, me he visto en la deuda de leerla ahora.

   Antes de comenzar me gustaría lanzar una breve reflexión sobre William Golding, quien escribió El señor de las moscas en los años 50'. Fue su segunda novela, y por tanto debió encontrarse con que la miríada de publicaciones posteriores que realizaba no sustituían a su novela por antonomasia. Qué frustrante sensación...

  Reseñemos ahora la obra, pero no sería justo hacerlo sin tener en cuenta su mayor virtud: defiendo que esta debería ser una novela de obligada lectura en los primeros cursos de secundaria. Actualmente los niños tienen un abanico de lecturas posibles y su elección no sale de la manida saga de Harry Potter, lo cual es entendible dado que para esta juventud leer es una tediosa obligación mientras que ver películas mediocres y vacías es todo lo contrario, a lo cual se le suma el comportamiento bovino basado en tendencias.
  El señor de las moscas no es una lectura manida: abre una andanada de reflexiones que quizá a partir de cierta edad queden por debajo del nivel de madurez, pero que sin duda en preadolescentes son altamente aprovechables. La necesidad de que la sociedad tenga un líder en quien delegar; la esencia salvaje de la Humanidad, que emerge en ausencia de estado social; el triunfo del estado de naturaleza en tales circunstancias y otras ofertas de pensamiento son las banderas que empuña El señor de las moscas.
  Esta virtud genera muchos defectos: evidentemente, la literariedad de la obra se ve lastrada por ello, y la prosa se convierte en una superficie sin protuberancia alguna.
  Todo esto debo sumarlo a una serie de descripciones que (subjetivamente) se dejan perder demasiado por las subordinadas y son regidas por la falta de orientación y de correcta imagen mental. Aquí dejaré la transigencia de la duda, pues no tengo la posibilidad de valorar la escritura en su idioma original. ¿Quién sabe si todo no se debe a malas elecciones por parte de los traductores?
  De cualquier modo, lo que hay más allá de la literariedad de esta obra es suficiente para considerarla entre las lecturas de cualquier joven.




RGV.

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